lunes, 7 de abril de 2014

La despedida



Se despidió con un beso en los labios aún tibios, tierno y dulce como siempre, como nunca más. Ella estaba ahí como hacía tiempo, con los ojos cerrados, serena y tan linda como el primer día que la conoció. Juan se incorporo, le acaricio por última vez la frente y se marchó en silencio. Cruzo la puerta y atrás dejo su vida, la de ellos. Un poco encorvado, casi arrastrando los pies marchó por última vez por los pasillos del hospital. En un pequeño bolso de cuero negro cargaba las pocas cosas que le hacían compañía, la radio, un portarretratos con la foto de ellos, una muñeca de su infancia, la última carta que le escribió y que ella nunca llego a escuchar. En un rincón de su alma cargaba con sus recuerdos, los más lindos, ese día las fotos parecían pocas.

Sus hijos y nietos no lograron convencerlo de quedarse para el sepelio, para él eso ya era solo un trámite, ella dejo de estar con su último suspiro, la que quedo en la cama del hospital ya no era su mujer, su compañera.
Apesadumbrado, mirando al piso, con el rostro imperturbable salió a la calle, por entre las nubes se colaba los primeros rayos del amanecer, todo se teñía con el dorado que dejan las hojas de otoño, los primeros fríos de abril le helaron el rostro, se levanto el cuello de la campera y camino errante por la ciudad que se desperezaba.
Después de mucho caminar llego a la punta de la escollera, apoyo el bolso en el piso, se metió entre las rocas que cortaban las frías olas. Allí parado, solo, de cara al horizonte con las gotas de las olas pegándole en el rostro grito bien fuerte, casi hasta quedarse sin voz, lloró como un niño y por primera vez en meses podía sacar todo afuera, se había mantenido fuerte sin quebrarse ni un momento, fue el sostén de ella, la acompaño siempre con una sonrisa, con una palabra de aliento que sedaba el dolor.
Miró las puntas de las rocas que sobresalían del agua, con los brazos abiertos dejaba que el viento lo meciera. Se dio media vuelta, sobre sus paso regreso, tomo el bolso, prendió un cigarrillo le dio una par de pitadas y lo tiró, detrás del cigarro fue la caja, quiso cumplirle la última promesa.

Para la tarde cuando volvió a su casa ya le costaba recordar su voz y su cara, era como si lo único que tenía era su ausencia, sentía su vació en el pecho. Sabía iba a salir adelante, pero con ella se había ido la mitad de él. Cruzó el patio del frente, puso la llave en la cerradura, la puerta ya no pesaba tanto como aquel día que volvieron del doctor. Entro en silencio a la casa, el aroma a ella persistía aún en todos los rincones. No quiso abrir las persianas, demasiada luz le hacía doler los ojos. Tampoco paso por la cocina a servirse algo de comer a pesar que hacía casi dos días que no comía. Fue directo al cuarto; la cama impecablemente tendida como a ella le gustaba; sobre la mesa de luz de él un portarretrato con una foto de ella en sus últimas vacaciones cuando aún no se le notaba tanto la enfermedad. corrió un poco la cortina y la tenue luz lleno la habitación de vida.

Se sentó en el borde de la cama, del bolso saco una servilleta prolijamente doblada con la última carta de ella, la desdobló y la leyó una vez más antes de guardarla en la mesa de luz, "gracias mi amor por todo lo que me diste, ahora que no voy a estar trata de cuidarte, yo te voy amar por siempre".

El cuerpo le pesaba, el cansancio le estaba ganando, las horas de vigilia se le venían encima. Se saco los zapatos y se dejo caer sobre la almohada con funda bordada. Los párpados se le cerraron poco a poco, sintió como todo el peso del cuerpo se fue enterrando en su lado del colchón. Fue cayendo como sedado en el más profundo sueño. Al otro día, luego de horas de sueño en meses, la angustia en el pecho persistía, pero la paz de saberla en un lugar mejor lo tranquilizo, por primera vez en meses no tenía que levantarse para ir al hospital, por primera vez no sentía la pena de saber que estaba sufriendo.

Se desperezo, miro su foto un rato más y se levantó. Fue al baño, lo que el espejo le devolvía no parecía él, más canoso, desprolijo, solo sus ojos grises lo hacían verse un poco más vivo. Se afeito lentamente, abrió el agua caliente hasta que el vapor invadió su imagen en el espejo. Se saco la ropa que hacía días llevaba puesta. No salió de la ducha sino hasta que el agua fría lo empezó a helar.

Entre el desorden de su estante saco una de las pocas remeras limpias y un pantalón sin planchar, la ropa de ella seguía tan ordenada como siempre. Frente al espejo del cuarto trató de enprolijar un poco el ya largo pelo cano. La luz de que se filtraba por la ventana era tan tenue que apenas se reflejaba en el espejo. Cuando terminó de aprontarse fue hasta la cocina a prepararse algo para comer. Tranquilo fue preparando la comida, se sentó el la mesa del comedor, prendió la tele pero casi no la escuchaba seguía con la cabeza en otro lado. Afuera parecía que el tiempo estaba lindo, el sol asomaba entre las rendijas de las ventanas.

Decidido tomo la campera y salió a la calle, sintió en seguida como el calor del sol le golpeaba en la cara, animado caminó como si el cuerpo no le pesara. La gente en la calle parecía absorta de él. Paso frente a la vidriera de un comercio, vio los zapatos, las camisas colgadas pero su reflejo era pálido, apenas podía ver su rostro envejecido. Camino un poco más hasta la plaza, siempre se resistió a darle migas a las palomas, decía que eso era cosas de viejos. El sol del mediodía le estaba dando calor, sintió que demasiado para la época del año, se saco la campera. Mientras caminaba de espaldas al sol se percató que su sombra se hacia cada vez más difusa, al llegar a la avenida la había dejado de tener. Quiso asustarse, pero no pudo, se dio cuenta que como ella le había advertido debía cuidarse.

Su cuerpo seguía en la cama desde el día anterior. Él, ahora feliz como hacía mucho tiempo no se sentía, seguía el camino para encontrarse con ella.

viernes, 7 de marzo de 2014

Al final que poca cosa somos


Según consta en el Antiguo Testamento, Dios castigo al pueblo egipcio con diez plagas. Estas, en orden creciente de importancia, iban desde convertir el agua en sangre, invasión de ranas, una masa de mosquitos, tábanos que dañaban a personas y animales, olor pestilente que acabo con el ganado, úlceras y salpullidos incurables, una destructiva tormenta de granizo mezclada con fuego, langostas, una oscuridad tan pesada que se podía sentir físicamente y por último la muerte de los primogénitos. Como se pude apreciar toda la furia de Dios fue aplicada para el castigo de Egipto.
Entonces yo me pregunto, ¿que pasa con nosotros? sabido es que somos un pequeño país recostado al final del continente, casi no aparecemos en las noticias internacionales, nuestra influencia a nivel mundial es casi nula. Y no es que yo me este quejando, pero ¿nosotros somos menos que los egipcios? Dios en ves de mandarnos las diez tremendas plagas, nos manda una invasión de polillas, de míseras e insignificantes polillas, que ni siquiera son de las que comen la ropa. ¿Así es como Dios nos toma en cuenta? al final poca cosa.

sábado, 1 de marzo de 2014

Las cosas que hacemos por amor


amor: (Del lat. amor, -ōris). 3. m. Sentimiento de afecto, inclinación y entrega a alguien o algo.

El amor, fuente de inspiración de canciones melosas; musa de románticos trovadores; motivador de actos irracionales y muchas veces ridículos; aquello que mueve sentimientos, algunas veces correspondidos; testigo de actos sublimes, traiciones, de cobardes y valientes que a todos mueve por igual. Esta sea tal vez una definición casi universal de un estado de ánimo que a todos los seres pensantes, habidos, habientes y por haber nos ha pasado. Este amor, culpable y razón de muchas de las cosas que hacemos, las más sublimes y las más estúpidas.

Pero no nos quedemos solo con esa definición, es decir, el amor es algo más universal, y no me refiero por universal a que sea un amor que trasciende fronteras, como si una cándida repartidora de pasteles de dulce de batata de la Ciudad Vieja se enamorase de un marinero húngaro recién llegado a puerto, esto además de no significar universal sería poco probable que pase, porque todos sabemos que no hay pasteles de dulce de batata y que la hermana nación húngara no tiene puertos de ultra mar y mucho menos marineros. Me refería por universal a que no se puede circunscribir el amor solo al sentimiento que se profesan dos personas de distinto sexo, o del mismo sexo, o sin sexo, porque hoy en día ya no se sabe con cuantos tipos de sexos nos podemos encontrar.

El amor de una madre por su hijo sea tal vez más auténtico, sincero e incondicional que cualquier otro tipo de amor. Una mujer desde el momento que carga con su hijo en sus entrañas se le despierta en forma instintiva un tipo de amor inquebrantable que supera todo entendimiento racional. Es lo que hace a una madre boliviana cargar por los picos más elevados con su changuito en la espalda, que otra húngara se quede en un puerto que no existe llorando por la partida de su hijo marinero o que una uruguaya se lance en el infructuoso emprendimiento de vender pasteles de batata solo por darle de comer a su retoño. Este tipo de amor es el que acepta y acompaña sin importar lo que su hijo sea en la vida, da lo mismo si el nene es un crack en el fútbol, un abogado exitoso, un vago o un ladrón, una madre siempre se va a sentir orgullosa de su vástago así sea un ejemplo para la sociedad o una lacra inmunda desecho de la sociedad, si hasta la madre de Hitler se sentiría orgullosa de su nene, se pondría a charlar con la madre de Pasteur y mientras una le cuenta orgullosa como su hijo descubrió una vacuna que salvo millones la otra le retrucaría como el suyo acabo con la vida de millones de judíos. Detalles en los que una madre no entra por ese amor incondicional que la une a su hijo.

Indudablemente los anteriores tipos de amor son muestras más que suficientes para demostrar un sentimiento inabarcable en definiciones. Pero así como una madre siente amor por su hijo, se ve que en algún momento del proceso de gestación, esa madre le inocula la sustancia del amor a su hijo. Y sea eso lo que seguramente nos lleve el resto de nuestras vidas a emprender los actos más osados, duros, difíciles, aquellos que solo teniendo amor por lo que uno hace se pueden llevar adelante.

Vamos a suponer un deportista uruguayo que se pasa horas entrenando, sin las condiciones necesarias, pasando las mil y una, sin el apoyo de económico, tratando de juntar peso por peso solo para poder llegar a una competencia internacional, ni que hablar de ganarla, solo llegar. Lo que compensa todas esas carencias es el amor que siente por lo que hace. La única recompensa es saber que se logró llegar a pesar de todo y aunque ese cuello no cargue con la medalla de la victoria su corazón a partir de ese día es un poquito más grande. Aquel otro, el estudiante, que debe alternar el trabajo con el estudio, y el que no además le suma una familia, ese que le roba horas de sueño para cumplir su meta de tener un diploma colgado en la pared y poder decirle a su madre (boliviana, húngara o uruguaya) “mira mamá todo el sacrificio valió la pena”. O el otro, que tiene un trabajo mal pago, con cargas horarias extenuantes, pero que esta haciendo lo que le gusta, trabajando en el campo arriando ganado bajo la lluvia, el otro que se pasa las noches en un escritorio sacando cuentas, el que te levanta una pared ladrillo a ladrillo como si fuera la Capilla Sixtina y en realidad se trata del muro que hace de medianera para que la vecina de al lado no me vea cuando paseo en calzoncillos por el patio.

Todos hacemos muchas cosas, pero es por amor que hacemos aquellas que parecen imposibles, utópicas, cargadas de “no se puede” las que solo salen adelante cuando las hacemos por amor. 

sábado, 1 de febrero de 2014

Montevideo lloviendo




Osvaldo


Esta historia comenzó hace ya de un par de meses, por esas cuestiones que tienen que ver con los asuntos cotidianos fue que nadie se percató y pasó desapercibido. Un martes a la mañana llegaron unos muchachos de una cuadrilla que nadie tiene muy claro de donde provenían, algunos dicen que fueron de la Intendencia, otros que seguramente se trataba de la Ute, la Ose, Antel o del cable. La cuestión es que llegaron estos muchachos y en una parte de la calle hicieron unas marcas para delimitar mi tamaño, al cabo de unos días otra cuadrilla, de la cual tampoco se sabe de donde salieron, procedió a la encomiable tarea de la cual nací yo.

Los obreros, ocho en total, de los cuales se podría decir que solo tres estaban involucrados directamente en la tarea de crearme y los otros cinco supongo que estarían supervisando y realizando el burocrático trámite de tomar mate. Luego de un rato de darle al martillo neumático quedé pronto, mis dimensiones no son magistrales, no soy el Gran Cañón, ni las Fosas Marianas en el Pacífico, más bien algo humildote les salí, digamos que ocupo un cuarto de calzada, chiquito, pero lo suficientemente grande como para estorbar bien el tránsito. En cuestión de un par de horas la cuadrilla terminó su trabajo, me dejó como único acompañante una baliza y se marchó.

Como les comentaba de esto hace ya unos meses. En un principio la gente se preguntaba que hacía yo allí y lo mismo me preguntaba yo, ya que de donde yo nací no había un tramo roto de la calle, no pasaban cables de electricidad ni caños del agua, los más inocentes sospecharon en mi la búsqueda de un tesoro o una prospección petrolera tan de moda por estos tiempos. Así que costaba trabajo adivinar cuál sería mi función en este lugar.

Pasaron unos días y yo seguía aquí sin saber porque, los vecinos del lugar se empezaron a acostumbrar a mi presencia, algunos comenzaron a llamarme el pozo, otros "el aujero" y al final alguien con buen tino propuso que como ya formaba parte del barrio y la gente se había empezado a encariñar debía por lo menos tener un nombre y fue así a partir de ese día pase a llamarme Osvaldo.

Como mi función no estaba del todo clara yo solo me dedicaba a esperar. Los días se volvían semanas y las semanas en meses. Como la cosa se ve que venía para largo alguno hallo que una buena función para mí sería la de contenedor de basura y fue así que algunos vecinos depositaban sus bolsas de residuos dentro mío, si bien no me quejo, no es que me parezca indigno la labor del contenedor, creo que esa función no se ajustaba a mis propósitos. Por suerte un buen día se le dio por llover. Llovió toda la noche y parte de la mañana, el agua corría por la calle y de a poco me fui inundando haciendo que la basura dentro mío flotara, la corriente era fuerte y las bolsas que comenzaron a flotar se fueron corriente abajo. Ese día me puse muy feliz, no solo quede limpio y lleno de agua, sino que además cambié mi función para la barriada, como era verano los niños de la cuadra encontraron un buen lugar para practicar deportes acuáticos. Hay que ver como se divirtieron esos chiquilines. Además como mis dimensiones no eran extraordinarias no necesitaba la presencia de un salvavidas.

Pero como todo lo bueno tiene su final, mis épocas de piscina tuvieron el suyo, con los días el agua se fue ensuciando, los perros que antes buscaban en mi agua para beber encontraron en mi un buen inodoro donde hacer sus necesidades. Entonces el agua se volvió turbia y poco agradable. Algunos vecinos se empezaron a preocupar por mi estado de salud, veían en mí un posible foco infeccioso. Llamaron entonces a las autoridades, en ningún lado se hicieron responsables de mí. Por suerte para los vecinos y para mí, los días de sol fueron evaporando el agua, y en cuestión de poco tiempo quede sequito.

Pasaron unos cuantos días más y yo continuaba aquí. La baliza, mi fiel compañera se fue quedando sin baterías y su luz se volvió cada vez más tenue, hasta que un día ya dejo de alumbrarme por las noches. No es que me hubiese puesto nostálgico, pero una noche un sereno que venía de trabajar en su bicicleta no se percato de mi presencia y termino adentro mío. Como resultado: clavícula rota, horquilla rota y un par de días sin ir a trabajar. Todos me puteaban, pero nadie en realidad se daba cuenta que yo nunca pedí estar allí. Luego del lamentable hecho vinieron unos muchachos de overol, cargaron a la baliza desgastada y me dejaron otra, más nuevita, limpia, con luz para rato y para evitar nuevos males me acordonaron con una linda cinta amarilla.

Hoy temprano, luego de dos meses y medio, llegaron los de la cuadrilla que me hicieron. Hace un rato están preparando el material para llenarme. Seguramente en un rato deje de ser el pozo que incomoda el tránsito y del cual nadie sepa para que me hicieron. No estoy triste, porque por más que sepa que en un ratito dejaré de existir, se que en cualquier momento voy a nacer en algún otro lado de la ciudad, porque la cuadrilla, cual si se tratara de un comando secreto, seguirá haciendo pozos de inexplicable razón.