jueves, 27 de febrero de 2014

miércoles, 12 de febrero de 2014

sábado, 1 de febrero de 2014

Montevideo lloviendo




Osvaldo


Esta historia comenzó hace ya de un par de meses, por esas cuestiones que tienen que ver con los asuntos cotidianos fue que nadie se percató y pasó desapercibido. Un martes a la mañana llegaron unos muchachos de una cuadrilla que nadie tiene muy claro de donde provenían, algunos dicen que fueron de la Intendencia, otros que seguramente se trataba de la Ute, la Ose, Antel o del cable. La cuestión es que llegaron estos muchachos y en una parte de la calle hicieron unas marcas para delimitar mi tamaño, al cabo de unos días otra cuadrilla, de la cual tampoco se sabe de donde salieron, procedió a la encomiable tarea de la cual nací yo.

Los obreros, ocho en total, de los cuales se podría decir que solo tres estaban involucrados directamente en la tarea de crearme y los otros cinco supongo que estarían supervisando y realizando el burocrático trámite de tomar mate. Luego de un rato de darle al martillo neumático quedé pronto, mis dimensiones no son magistrales, no soy el Gran Cañón, ni las Fosas Marianas en el Pacífico, más bien algo humildote les salí, digamos que ocupo un cuarto de calzada, chiquito, pero lo suficientemente grande como para estorbar bien el tránsito. En cuestión de un par de horas la cuadrilla terminó su trabajo, me dejó como único acompañante una baliza y se marchó.

Como les comentaba de esto hace ya unos meses. En un principio la gente se preguntaba que hacía yo allí y lo mismo me preguntaba yo, ya que de donde yo nací no había un tramo roto de la calle, no pasaban cables de electricidad ni caños del agua, los más inocentes sospecharon en mi la búsqueda de un tesoro o una prospección petrolera tan de moda por estos tiempos. Así que costaba trabajo adivinar cuál sería mi función en este lugar.

Pasaron unos días y yo seguía aquí sin saber porque, los vecinos del lugar se empezaron a acostumbrar a mi presencia, algunos comenzaron a llamarme el pozo, otros "el aujero" y al final alguien con buen tino propuso que como ya formaba parte del barrio y la gente se había empezado a encariñar debía por lo menos tener un nombre y fue así a partir de ese día pase a llamarme Osvaldo.

Como mi función no estaba del todo clara yo solo me dedicaba a esperar. Los días se volvían semanas y las semanas en meses. Como la cosa se ve que venía para largo alguno hallo que una buena función para mí sería la de contenedor de basura y fue así que algunos vecinos depositaban sus bolsas de residuos dentro mío, si bien no me quejo, no es que me parezca indigno la labor del contenedor, creo que esa función no se ajustaba a mis propósitos. Por suerte un buen día se le dio por llover. Llovió toda la noche y parte de la mañana, el agua corría por la calle y de a poco me fui inundando haciendo que la basura dentro mío flotara, la corriente era fuerte y las bolsas que comenzaron a flotar se fueron corriente abajo. Ese día me puse muy feliz, no solo quede limpio y lleno de agua, sino que además cambié mi función para la barriada, como era verano los niños de la cuadra encontraron un buen lugar para practicar deportes acuáticos. Hay que ver como se divirtieron esos chiquilines. Además como mis dimensiones no eran extraordinarias no necesitaba la presencia de un salvavidas.

Pero como todo lo bueno tiene su final, mis épocas de piscina tuvieron el suyo, con los días el agua se fue ensuciando, los perros que antes buscaban en mi agua para beber encontraron en mi un buen inodoro donde hacer sus necesidades. Entonces el agua se volvió turbia y poco agradable. Algunos vecinos se empezaron a preocupar por mi estado de salud, veían en mí un posible foco infeccioso. Llamaron entonces a las autoridades, en ningún lado se hicieron responsables de mí. Por suerte para los vecinos y para mí, los días de sol fueron evaporando el agua, y en cuestión de poco tiempo quede sequito.

Pasaron unos cuantos días más y yo continuaba aquí. La baliza, mi fiel compañera se fue quedando sin baterías y su luz se volvió cada vez más tenue, hasta que un día ya dejo de alumbrarme por las noches. No es que me hubiese puesto nostálgico, pero una noche un sereno que venía de trabajar en su bicicleta no se percato de mi presencia y termino adentro mío. Como resultado: clavícula rota, horquilla rota y un par de días sin ir a trabajar. Todos me puteaban, pero nadie en realidad se daba cuenta que yo nunca pedí estar allí. Luego del lamentable hecho vinieron unos muchachos de overol, cargaron a la baliza desgastada y me dejaron otra, más nuevita, limpia, con luz para rato y para evitar nuevos males me acordonaron con una linda cinta amarilla.

Hoy temprano, luego de dos meses y medio, llegaron los de la cuadrilla que me hicieron. Hace un rato están preparando el material para llenarme. Seguramente en un rato deje de ser el pozo que incomoda el tránsito y del cual nadie sepa para que me hicieron. No estoy triste, porque por más que sepa que en un ratito dejaré de existir, se que en cualquier momento voy a nacer en algún otro lado de la ciudad, porque la cuadrilla, cual si se tratara de un comando secreto, seguirá haciendo pozos de inexplicable razón.