Por un camino desgastado del parque había una vez una isla con conejos y flores que hacían sentir como en un jardín que llenaban de perfume y color. Los pájaros murmuraban al aire el melodioso canto que llenaba cada rincón del parque, las garzas con las patas enterradas en el barro vigilaban con su largo cuello el corto horizonte.
Hoy la isla sigue allí, con menos color, con otros olores. Sigue allí, es la misma, pero no la misma de antes, sigue allí pero ya sin conejos, sin flores, sin el color ni el olor de antes esperando la próxima primavera para llenarse otra vez de vida.
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