viernes, 7 de marzo de 2014

Al final que poca cosa somos


Según consta en el Antiguo Testamento, Dios castigo al pueblo egipcio con diez plagas. Estas, en orden creciente de importancia, iban desde convertir el agua en sangre, invasión de ranas, una masa de mosquitos, tábanos que dañaban a personas y animales, olor pestilente que acabo con el ganado, úlceras y salpullidos incurables, una destructiva tormenta de granizo mezclada con fuego, langostas, una oscuridad tan pesada que se podía sentir físicamente y por último la muerte de los primogénitos. Como se pude apreciar toda la furia de Dios fue aplicada para el castigo de Egipto.
Entonces yo me pregunto, ¿que pasa con nosotros? sabido es que somos un pequeño país recostado al final del continente, casi no aparecemos en las noticias internacionales, nuestra influencia a nivel mundial es casi nula. Y no es que yo me este quejando, pero ¿nosotros somos menos que los egipcios? Dios en ves de mandarnos las diez tremendas plagas, nos manda una invasión de polillas, de míseras e insignificantes polillas, que ni siquiera son de las que comen la ropa. ¿Así es como Dios nos toma en cuenta? al final poca cosa.

sábado, 1 de marzo de 2014

Las cosas que hacemos por amor


amor: (Del lat. amor, -ōris). 3. m. Sentimiento de afecto, inclinación y entrega a alguien o algo.

El amor, fuente de inspiración de canciones melosas; musa de románticos trovadores; motivador de actos irracionales y muchas veces ridículos; aquello que mueve sentimientos, algunas veces correspondidos; testigo de actos sublimes, traiciones, de cobardes y valientes que a todos mueve por igual. Esta sea tal vez una definición casi universal de un estado de ánimo que a todos los seres pensantes, habidos, habientes y por haber nos ha pasado. Este amor, culpable y razón de muchas de las cosas que hacemos, las más sublimes y las más estúpidas.

Pero no nos quedemos solo con esa definición, es decir, el amor es algo más universal, y no me refiero por universal a que sea un amor que trasciende fronteras, como si una cándida repartidora de pasteles de dulce de batata de la Ciudad Vieja se enamorase de un marinero húngaro recién llegado a puerto, esto además de no significar universal sería poco probable que pase, porque todos sabemos que no hay pasteles de dulce de batata y que la hermana nación húngara no tiene puertos de ultra mar y mucho menos marineros. Me refería por universal a que no se puede circunscribir el amor solo al sentimiento que se profesan dos personas de distinto sexo, o del mismo sexo, o sin sexo, porque hoy en día ya no se sabe con cuantos tipos de sexos nos podemos encontrar.

El amor de una madre por su hijo sea tal vez más auténtico, sincero e incondicional que cualquier otro tipo de amor. Una mujer desde el momento que carga con su hijo en sus entrañas se le despierta en forma instintiva un tipo de amor inquebrantable que supera todo entendimiento racional. Es lo que hace a una madre boliviana cargar por los picos más elevados con su changuito en la espalda, que otra húngara se quede en un puerto que no existe llorando por la partida de su hijo marinero o que una uruguaya se lance en el infructuoso emprendimiento de vender pasteles de batata solo por darle de comer a su retoño. Este tipo de amor es el que acepta y acompaña sin importar lo que su hijo sea en la vida, da lo mismo si el nene es un crack en el fútbol, un abogado exitoso, un vago o un ladrón, una madre siempre se va a sentir orgullosa de su vástago así sea un ejemplo para la sociedad o una lacra inmunda desecho de la sociedad, si hasta la madre de Hitler se sentiría orgullosa de su nene, se pondría a charlar con la madre de Pasteur y mientras una le cuenta orgullosa como su hijo descubrió una vacuna que salvo millones la otra le retrucaría como el suyo acabo con la vida de millones de judíos. Detalles en los que una madre no entra por ese amor incondicional que la une a su hijo.

Indudablemente los anteriores tipos de amor son muestras más que suficientes para demostrar un sentimiento inabarcable en definiciones. Pero así como una madre siente amor por su hijo, se ve que en algún momento del proceso de gestación, esa madre le inocula la sustancia del amor a su hijo. Y sea eso lo que seguramente nos lleve el resto de nuestras vidas a emprender los actos más osados, duros, difíciles, aquellos que solo teniendo amor por lo que uno hace se pueden llevar adelante.

Vamos a suponer un deportista uruguayo que se pasa horas entrenando, sin las condiciones necesarias, pasando las mil y una, sin el apoyo de económico, tratando de juntar peso por peso solo para poder llegar a una competencia internacional, ni que hablar de ganarla, solo llegar. Lo que compensa todas esas carencias es el amor que siente por lo que hace. La única recompensa es saber que se logró llegar a pesar de todo y aunque ese cuello no cargue con la medalla de la victoria su corazón a partir de ese día es un poquito más grande. Aquel otro, el estudiante, que debe alternar el trabajo con el estudio, y el que no además le suma una familia, ese que le roba horas de sueño para cumplir su meta de tener un diploma colgado en la pared y poder decirle a su madre (boliviana, húngara o uruguaya) “mira mamá todo el sacrificio valió la pena”. O el otro, que tiene un trabajo mal pago, con cargas horarias extenuantes, pero que esta haciendo lo que le gusta, trabajando en el campo arriando ganado bajo la lluvia, el otro que se pasa las noches en un escritorio sacando cuentas, el que te levanta una pared ladrillo a ladrillo como si fuera la Capilla Sixtina y en realidad se trata del muro que hace de medianera para que la vecina de al lado no me vea cuando paseo en calzoncillos por el patio.

Todos hacemos muchas cosas, pero es por amor que hacemos aquellas que parecen imposibles, utópicas, cargadas de “no se puede” las que solo salen adelante cuando las hacemos por amor.