amor: (Del lat. amor,
-ōris). 3. m. Sentimiento de afecto, inclinación y entrega a alguien o
algo.
El amor, fuente de inspiración
de canciones melosas; musa de románticos trovadores; motivador de actos
irracionales y muchas veces ridículos; aquello que mueve sentimientos, algunas
veces correspondidos; testigo de actos sublimes, traiciones, de cobardes y
valientes que a todos mueve por igual. Esta sea tal vez una definición casi
universal de un estado de ánimo que a todos los seres pensantes, habidos,
habientes y por haber nos ha pasado. Este amor, culpable y razón de muchas de
las cosas que hacemos, las más sublimes y las más estúpidas.
Pero no nos quedemos solo con
esa definición, es decir, el amor es algo más universal, y no me refiero por
universal a que sea un amor que trasciende fronteras, como si una cándida
repartidora de pasteles de dulce de batata de la Ciudad Vieja se enamorase de
un marinero húngaro recién llegado a puerto, esto además de no significar
universal sería poco probable que pase, porque todos sabemos que no hay
pasteles de dulce de batata y que la hermana nación húngara no tiene puertos de
ultra mar y mucho menos marineros. Me refería por universal a que no se puede
circunscribir el amor solo al sentimiento que se profesan dos personas de
distinto sexo, o del mismo sexo, o sin sexo, porque hoy en día ya no se sabe con
cuantos tipos de sexos nos podemos encontrar.
El amor de una madre por su hijo
sea tal vez más auténtico, sincero e incondicional que cualquier otro tipo de
amor. Una mujer desde el momento que carga con su hijo en sus entrañas se le
despierta en forma instintiva un tipo de amor inquebrantable que supera todo
entendimiento racional. Es lo que hace a una madre boliviana cargar por los
picos más elevados con su changuito en la espalda, que otra húngara se quede en
un puerto que no existe llorando por la partida de su hijo marinero o que una
uruguaya se lance en el infructuoso emprendimiento de vender pasteles de batata
solo por darle de comer a su retoño. Este tipo de amor es el que acepta y
acompaña sin importar lo que su hijo sea en la vida, da lo mismo si el nene es
un crack en el fútbol, un abogado exitoso, un vago o un ladrón, una madre
siempre se va a sentir orgullosa de su vástago así sea un ejemplo para la
sociedad o una lacra inmunda desecho de la sociedad, si hasta la madre de
Hitler se sentiría orgullosa de su nene, se pondría a charlar con la madre de
Pasteur y mientras una le cuenta orgullosa como su hijo descubrió una vacuna
que salvo millones la otra le retrucaría como el suyo acabo con la vida de
millones de judíos. Detalles en los que una madre no entra por ese amor
incondicional que la une a su hijo.
Indudablemente los anteriores
tipos de amor son muestras más que suficientes para demostrar un sentimiento
inabarcable en definiciones. Pero así como una madre siente amor por su hijo,
se ve que en algún momento del proceso de gestación, esa madre le inocula la
sustancia del amor a su hijo. Y sea eso lo que seguramente nos lleve el resto
de nuestras vidas a emprender los actos más osados, duros, difíciles, aquellos
que solo teniendo amor por lo que uno hace se pueden llevar adelante.
Vamos a suponer un deportista
uruguayo que se pasa horas entrenando, sin las condiciones necesarias, pasando
las mil y una, sin el apoyo de económico, tratando de juntar peso por peso solo
para poder llegar a una competencia internacional, ni que hablar de ganarla,
solo llegar. Lo que compensa todas esas carencias es el amor que siente por lo
que hace. La única recompensa es saber que se logró llegar a pesar de todo y
aunque ese cuello no cargue con la medalla de la victoria su corazón a partir
de ese día es un poquito más grande. Aquel otro, el estudiante, que debe
alternar el trabajo con el estudio, y el que no además le suma una familia, ese
que le roba horas de sueño para cumplir su meta de tener un diploma colgado en
la pared y poder decirle a su madre (boliviana, húngara o uruguaya) “mira mamá
todo el sacrificio valió la pena”. O el otro, que tiene un trabajo mal pago,
con cargas horarias extenuantes, pero que esta haciendo lo que le gusta,
trabajando en el campo arriando ganado bajo la lluvia, el otro que se pasa las
noches en un escritorio sacando cuentas, el que te levanta una pared ladrillo a
ladrillo como si fuera la Capilla Sixtina y en realidad se trata del muro que
hace de medianera para que la vecina de al lado no me vea cuando paseo en
calzoncillos por el patio.
Todos hacemos muchas cosas, pero es por amor que hacemos
aquellas que parecen imposibles, utópicas, cargadas de “no se puede” las que
solo salen adelante cuando las hacemos por amor.
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