Cuando por fin Hugo murió nadie se extraño, es que desde
hacía mucho que el viejo venía jugando los descuentos y ya nadie, ni siquiera
el mismo, se acordaba los inviernos que traía encima.
Después de unos días que no se lo veía en el frente de su
casa barriendo las hojas secas sus vecinos comenzaron a sospechar. Después de
muchas dudas, nadie se atrevía a entrar a la casa, hasta que por fin dieron con
un sobrino que vivía en el pueblo más cercano.
La alfombra de hojas amarillas y rojas teñía el patio, el
sobrino no necesito forzar la puerta, esta estaba cerrada pero sin el cerrojo
puesto, con él iban dos vecinos cercanos, los que se animaron a entrar. Todo
parecía en orden, las cortinas entreabiertas dibujaban rayos que se colaban por
las ventanas, en la estufa quedaban restos grises de brasas, el tic-tac del
reloj era los único que se llegaba a escuchar.
Al llegar al dormitorio lo vieron, inerte y frío con la
blanca melena apoyada en la almohada y los ojos azules mirando al techo, ya
nada había por hacer, descansaba en la cama con la foto de esposa entre los
dedos helados.
Para el mediodía la noticia ya se sabía en todo el pueblo.
su hijo, con el que hacía años no se hablaba y sus nietos llegaron para la
tarde.
El médico le cerró los ojos con la palma de su mano,
mientras conversaba con sus nietos escribía algo en un papel y les explicaba
los por menores burocráticos del caso. Antes que terminara de hablar todos se
sorprendieron al ver que volvía a tener los ojos abiertos. El médico los
tranquilizo diciéndoles que era un acto reflejo y se los volvió a cerrar.
Los de la funeraria le pusieron el único traje que tenía, se
lo acomodaron lo mejor que pudieron, le hicieron el nudo de la corbata y lo
maquillaron un poco. Como era costumbre lo velaron en su propia casa. Muchos
pasaron a saludar a la escasa familia, otros solo lo hicieron para ver la
desconocida casa por dentro.
A la media noche el tumulto de gente hacía que el calor de
la sala fuera insufrible, a pesar del invierno reinante en el exterior tuvieron
que abrir las ventanas. Unas vecinas atentas se acercaron al cuerpo y le emprolijaron un poco la ropa, el viejo traje no lograba
mantener la línea y las arrugas comenzaban a aparecer, el pañuelo del bolsillo
estaba medio salido.
Para las tres de la mañana los pocos que quedaban no notaron
la cara de cansado del finado y menos aún lo desalineado de la corbata. Sería
tal vez que se paso toda la vida con cara de enojado que parecía como fastidiado,
se sabe que los velorios no son algo divertido, pero que el aburrido sea el
muerto no era algo común.
A la mañana, cuando llegaron nuevamente los de la funeraria
para llevárselo encontraron el cajón vacío, la corbata tirada y una nota que
decía “Perdonen, me aburrí de esperar, estaba incomodo, la corbata me apretaba
y además todavía no ha llegado mi hora de partir”. Nadie lograba entender lo que había ocurrido,
pensaron algunos que sería la mala broma de alguien, la familia apenada busco
el cuerpo por todos lados, el comisario en el único patrullero del pueblo
escudriño por cada rincón del lugar sin llegar a encontrar nada.
A los días su familia volvió cada uno a su lugar, con el
tiempo la gente se fue olvidando del tema y Hugo paso al olvido.
De vez en cuando alguno viene con la noticia que se
encuentra con alguien muy parecido a Hugo, sin corbata, con el traje arrugado,
acodado en algún boliche tomándose la penúltima.
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