lunes, 2 de junio de 2014

La penúltima




Cuando por fin Hugo murió nadie se extraño, es que desde hacía mucho que el viejo venía jugando los descuentos y ya nadie, ni siquiera el mismo, se acordaba los inviernos que traía encima.
Después de unos días que no se lo veía en el frente de su casa barriendo las hojas secas sus vecinos comenzaron a sospechar. Después de muchas dudas, nadie se atrevía a entrar a la casa, hasta que por fin dieron con un sobrino que vivía en el pueblo más cercano.
La alfombra de hojas amarillas y rojas teñía el patio, el sobrino no necesito forzar la puerta, esta estaba cerrada pero sin el cerrojo puesto, con él iban dos vecinos cercanos, los que se animaron a entrar. Todo parecía en orden, las cortinas entreabiertas dibujaban rayos que se colaban por las ventanas, en la estufa quedaban restos grises de brasas, el tic-tac del reloj era los único que se llegaba a escuchar.
Al llegar al dormitorio lo vieron, inerte y frío con la blanca melena apoyada en la almohada y los ojos azules mirando al techo, ya nada había por hacer, descansaba en la cama con la foto de esposa entre los dedos helados.
Para el mediodía la noticia ya se sabía en todo el pueblo. su hijo, con el que hacía años no se hablaba y sus nietos llegaron para la tarde.
El médico le cerró los ojos con la palma de su mano, mientras conversaba con sus nietos escribía algo en un papel y les explicaba los por menores burocráticos del caso. Antes que terminara de hablar todos se sorprendieron al ver que volvía a tener los ojos abiertos. El médico los tranquilizo diciéndoles que era un acto reflejo y se los volvió a cerrar.
Los de la funeraria le pusieron el único traje que tenía, se lo acomodaron lo mejor que pudieron, le hicieron el nudo de la corbata y lo maquillaron un poco. Como era costumbre lo velaron en su propia casa. Muchos pasaron a saludar a la escasa familia, otros solo lo hicieron para ver la desconocida casa por dentro.
A la media noche el tumulto de gente hacía que el calor de la sala fuera insufrible, a pesar del invierno reinante en el exterior tuvieron que abrir las ventanas. Unas vecinas atentas se acercaron al cuerpo y le emprolijaron  un poco la ropa, el viejo traje no lograba mantener la línea y las arrugas comenzaban a aparecer, el pañuelo del bolsillo estaba medio salido.
Para las tres de la mañana los pocos que quedaban no notaron la cara de cansado del finado y menos aún lo desalineado de la corbata. Sería tal vez que se paso toda la vida con cara de enojado que parecía como fastidiado, se sabe que los velorios no son algo divertido, pero que el aburrido sea el muerto no era algo común.
A la mañana, cuando llegaron nuevamente los de la funeraria para llevárselo encontraron el cajón vacío, la corbata tirada y una nota que decía “Perdonen, me aburrí de esperar, estaba incomodo, la corbata me apretaba y además todavía no ha llegado mi hora de partir”.  Nadie lograba entender lo que había ocurrido, pensaron algunos que sería la mala broma de alguien, la familia apenada busco el cuerpo por todos lados, el comisario en el único patrullero del pueblo escudriño por cada rincón del lugar sin llegar a encontrar nada.
A los días su familia volvió cada uno a su lugar, con el tiempo la gente se fue olvidando del tema y Hugo paso al olvido.
De vez en cuando alguno viene con la noticia que se encuentra con alguien muy parecido a Hugo, sin corbata, con el traje arrugado, acodado en algún boliche tomándose la penúltima.  

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