Se despidió con un beso en los labios aún tibios, tierno y dulce como siempre, como nunca más. Ella estaba ahí como hacía tiempo, con los ojos cerrados, serena y tan linda como el primer día que la conoció. Juan se incorporo, le acaricio por última vez la frente y se marchó en silencio. Cruzo la puerta y atrás dejo su vida, la de ellos. Un poco encorvado, casi arrastrando los pies marchó por última vez por los pasillos del hospital. En un pequeño bolso de cuero negro cargaba las pocas cosas que le hacían compañía, la radio, un portarretratos con la foto de ellos, una muñeca de su infancia, la última carta que le escribió y que ella nunca llego a escuchar. En un rincón de su alma cargaba con sus recuerdos, los más lindos, ese día las fotos parecían pocas.
Sus hijos y nietos no lograron convencerlo de quedarse para el sepelio, para él eso ya era solo un trámite, ella dejo de estar con su último suspiro, la que quedo en la cama del hospital ya no era su mujer, su compañera.
Apesadumbrado, mirando al piso, con el rostro imperturbable salió a la calle, por entre las nubes se colaba los primeros rayos del amanecer, todo se teñía con el dorado que dejan las hojas de otoño, los primeros fríos de abril le helaron el rostro, se levanto el cuello de la campera y camino errante por la ciudad que se desperezaba.
Después de mucho caminar llego a la punta de la escollera, apoyo el bolso en el piso, se metió entre las rocas que cortaban las frías olas. Allí parado, solo, de cara al horizonte con las gotas de las olas pegándole en el rostro grito bien fuerte, casi hasta quedarse sin voz, lloró como un niño y por primera vez en meses podía sacar todo afuera, se había mantenido fuerte sin quebrarse ni un momento, fue el sostén de ella, la acompaño siempre con una sonrisa, con una palabra de aliento que sedaba el dolor.
Miró las puntas de las rocas que sobresalían del agua, con los brazos abiertos dejaba que el viento lo meciera. Se dio media vuelta, sobre sus paso regreso, tomo el bolso, prendió un cigarrillo le dio una par de pitadas y lo tiró, detrás del cigarro fue la caja, quiso cumplirle la última promesa.
Para la tarde cuando volvió a su casa ya le costaba recordar su voz y su cara, era como si lo único que tenía era su ausencia, sentía su vació en el pecho. Sabía iba a salir adelante, pero con ella se había ido la mitad de él. Cruzó el patio del frente, puso la llave en la cerradura, la puerta ya no pesaba tanto como aquel día que volvieron del doctor. Entro en silencio a la casa, el aroma a ella persistía aún en todos los rincones. No quiso abrir las persianas, demasiada luz le hacía doler los ojos. Tampoco paso por la cocina a servirse algo de comer a pesar que hacía casi dos días que no comía. Fue directo al cuarto; la cama impecablemente tendida como a ella le gustaba; sobre la mesa de luz de él un portarretrato con una foto de ella en sus últimas vacaciones cuando aún no se le notaba tanto la enfermedad. corrió un poco la cortina y la tenue luz lleno la habitación de vida.
Se sentó en el borde de la cama, del bolso saco una servilleta prolijamente doblada con la última carta de ella, la desdobló y la leyó una vez más antes de guardarla en la mesa de luz, "gracias mi amor por todo lo que me diste, ahora que no voy a estar trata de cuidarte, yo te voy amar por siempre".
El cuerpo le pesaba, el cansancio le estaba ganando, las horas de vigilia se le venían encima. Se saco los zapatos y se dejo caer sobre la almohada con funda bordada. Los párpados se le cerraron poco a poco, sintió como todo el peso del cuerpo se fue enterrando en su lado del colchón. Fue cayendo como sedado en el más profundo sueño. Al otro día, luego de horas de sueño en meses, la angustia en el pecho persistía, pero la paz de saberla en un lugar mejor lo tranquilizo, por primera vez en meses no tenía que levantarse para ir al hospital, por primera vez no sentía la pena de saber que estaba sufriendo.
Se desperezo, miro su foto un rato más y se levantó. Fue al baño, lo que el espejo le devolvía no parecía él, más canoso, desprolijo, solo sus ojos grises lo hacían verse un poco más vivo. Se afeito lentamente, abrió el agua caliente hasta que el vapor invadió su imagen en el espejo. Se saco la ropa que hacía días llevaba puesta. No salió de la ducha sino hasta que el agua fría lo empezó a helar.
Entre el desorden de su estante saco una de las pocas remeras limpias y un pantalón sin planchar, la ropa de ella seguía tan ordenada como siempre. Frente al espejo del cuarto trató de enprolijar un poco el ya largo pelo cano. La luz de que se filtraba por la ventana era tan tenue que apenas se reflejaba en el espejo. Cuando terminó de aprontarse fue hasta la cocina a prepararse algo para comer. Tranquilo fue preparando la comida, se sentó el la mesa del comedor, prendió la tele pero casi no la escuchaba seguía con la cabeza en otro lado. Afuera parecía que el tiempo estaba lindo, el sol asomaba entre las rendijas de las ventanas.
Decidido tomo la campera y salió a la calle, sintió en seguida como el calor del sol le golpeaba en la cara, animado caminó como si el cuerpo no le pesara. La gente en la calle parecía absorta de él. Paso frente a la vidriera de un comercio, vio los zapatos, las camisas colgadas pero su reflejo era pálido, apenas podía ver su rostro envejecido. Camino un poco más hasta la plaza, siempre se resistió a darle migas a las palomas, decía que eso era cosas de viejos. El sol del mediodía le estaba dando calor, sintió que demasiado para la época del año, se saco la campera. Mientras caminaba de espaldas al sol se percató que su sombra se hacia cada vez más difusa, al llegar a la avenida la había dejado de tener. Quiso asustarse, pero no pudo, se dio cuenta que como ella le había advertido debía cuidarse.
Su cuerpo seguía en la cama desde el día anterior. Él, ahora feliz como hacía mucho tiempo no se sentía, seguía el camino para encontrarse con ella.