lunes, 15 de septiembre de 2014

El pueblo del candidato



Desde el próximo mes y hasta mayo del año que viene los uruguayos entramos en la maratónica carrera electoral. Con una casi posible segunda vuelta, más elecciones municipales, más un plebiscito, ejercemos a plenitud el sano deporte de la democracia. Aquella que le da al pueblo los mecanismos de participación, la misma que desde la época de Platón y Aristóteles  se definía como el gobierno "de los más", donde es el pueblo el que define quién es el candidato que mejor representa los intereses comunes. 
Desde 1828 a nuestros días en el país han pasado un poco más de 60 presidentes, de esos sólo en 40 oportunidades fueron elegidos de forma constitucional, los otros 20, que en algunos casos fueron primero designados legítimamente, decidieron por ellos mismos que la mejor opción para conducir el país eran ellos mismos. Es que hay veces que esas cosas pasan, alguno por ahí se imagina que el resto no sabremos elegir bien y toman la decisión por los demás. No es que sean malas personas o déspotas, es que se ve que son iluminados. A esos iluminados algunos los llaman dictadores, póngale el nombre que quiera, pero ellos son patriotas que buscan el bien del país, tal vez en el camino cometan algunos excesos: algún empresario acomodado, alguna tortura aislada, algunas personas que mágicamente desaparecen. Pero a no quejarse que lo hacen por el bien de todos, que al final uno parece un desagradecido y se anda quejando por todo.
Para que estos iluminados no tengan necesidad de andar eligiendo por uno es importante la participación en la vida política de los ciudadanos, aunque más no sea yendo a votar. El acto de votar no solo es un derecho, por ley es obligación, pero por sobre todo debe representar un compromiso de cada uno con la sociedad. Es ser parte activa de la política y si no le gusta ningún candidato o siente que ninguna de las opciones le seduce, siempre puede votar solo al parlamento, pero si además considera que nada de la oferta política es de su gusto le queda la gran chance de postularse usted mismo como candidato. Eso es lo maravilloso de la democracia, que en teoría, cualquiera puede ser diputado, senador o inclusive presidente, sólo debe encontrar a unos miles que les guste su propuesta, su cara o su jingle y listo, ya está representando los intereses de una parte de la sociedad.
En definitiva la democracia es el gobierno del pueblo, y entonces para que exista el sano ejercicio de la democracia necesitamos un pueblo libre eligiendo y un selecto grupo de candidatos de donde poder elegir.
Más allá de las preferencias políticas de cada uno, debemos suponer que cada uno de los candidatos en carrera para las próximas elecciones, tienen ciertas características que los convierten en modelos. Realmente son pocas las personas que leen los programas de gobierno, la mayoría votamos un color, pero por sobre todo nos seduce el candidato que reúne el ideal de persona que queremos que maneje el país por los próximos cinco años. Honestidad, en lo posible que no se quede con ningún vuelto, que no de preferencia a algún empresario amigo o que no se rodee de familiares; laburador, si puede trabajar de las 8 de la mañana hasta las 10 de la noche mejor, que vaya a todas las inauguraciones, que cante el himno en todas las fechas patrias, que de discursos elocuentes; una imagen intachable, siempre bien vestido, peinado, casado, con hijos y si tiene perro mejor. En definitiva el candidato debe ser un modelo, uno se lo imagina siendo siendo una estatua en una plaza. Un modelo casi perfecto de ser humano.
Pero qué pasaría si un día los papeles se invierten, si en vez de elegir un candidato hay que elegir un pueblo, ¿podríamos decir que cumplimos con los mismos requisitos? ¿nos consideramos un modelo de pueblo al cual un candidato nos quisiera votar?
Veamos pues que tan honestos somos, que tanto laburamos, que ejemplo somos para los demás. Será que podemos prometerle a nuestro candidato ser un pueblo digno de que nos elija. "Sr. candidato le prometemos esforzarnos por dar lo máximo por nuestro país, en respetar las leyes, o por lo menos esforzarnos por tratar de respetar las reglas mínimas de convivencia, de no tirar papeles en la calle, en dejar la basura adentro del contenedor, de no cruzar con la roja, en no colarnos en la fila del súper, en ventajar al otro, en no faltar al laburo fingiendo una gripe, en darle el asiento a una embarazada, en ser gentiles y solidarios con nuestros vecinos, en ser puntuales en nuestras citas, en levantar la caca de mi perro, en leer más libros y ver menos Tinelli, en tomar en cuenta a los ancianos, a cruzar en la esquina, a comer más sano. En definitiva Sr. Candidato, votenos que le prometemos ser ese pueblo que todo candidato quiere tener."
Porque en definitiva de eso también se trata la democracia, en poder elegir pero también en el compromiso de todos de hacer de esto algo mejor, no le exijamos al candidato lo que nosotros mismos no estamos dispuestos a hacer como sociedad, porque un gobierno solo no puede hacer los cambios y las cosas solo cambian para mejor cuando el compromiso es de todos.

viernes, 1 de agosto de 2014

Orientales, la patria y el fútbol


Desde su propia concepción, el Uruguay pareciera carecer de una identidad que nos identifique a todos, es que desde nuestra génesis, como patria, no estaba claro si algún día íbamos a llegar a ser independientes de alguien, si seríamos porteños o brasileros. No estaba claro de qué lado estábamos o mejor dicho, no se tenía claro a qué bando íbamos a pertenecer, porque lo único realmente claro era el lugar donde estábamos: al oriente del río Uruguay. Lo que nos condeno de por vida a ser un país sin nombre, que por fuerza de uso nos llamamos Uruguay, cuando en realidad nuestro nombre es una posición geográfica. Es como si yo me llamara "el que vive al costado del arroyo Miguelete" y la gente a fuerza del uso de mi nombre me termine llamando Miguelete. Eso es lo que nos terminó pasando como nación, es como si los padres de la patria no tuvieran muchas ganas de andar pensando un nombre, cierto que por esas épocas, entre batallas y traiciones, buscarle un nombre a la criatura era lo menos importante, cuando no se sabía a ciencia cierta si la criatura iba a terminar naciendo.



Esa sea tal vez la primera razón para no saber bien que somos, sé que muchos pensaran "los uruguayos somos mate, rambla y asado", esas en realidad, son las costumbres, pero eso no es algo que uno pueda hacerlo salir a las calles a manifestarse orgulloso, de hecho no tenemos el día del mate y tampoco salimos todos con una escarapela en forma de tira de asado. Mucha gente sabe qué día es el 4 de julio pero si se le pregunta qué diferencia hay entre el 18 de julio y el 25 de agosto se les arma terrible lío en la cabeza. El concepto patria es algo difuso, que, como en una nebulosa no quedan claro sus límites, de donde viene ni hacia dónde va. Entonces, ¿qué somos? Siguiendo el razonamiento de Renné Descarte, empezaremos a ir descartando hasta llegar a confirmar que cosas si somos.



Si acaso, es más fácil saber que es lo que no somos, sabemos que no somos brasileros y Dios nos libre tener que ser "porteños" preferimos ser croatas antes que porteños, como decía El Cuarteto de Nos tampoco somos latinos, nada más lejos de Marc Anthony que Jaime Roos, tampoco podemos decir que somos europeos, hace rato que dejamos de descender de los barcos. No tenemos definido si somos conservadores o progresistas, de Nacional o de Peñarol, del interior o de la capital; de adentro o de afuera; si veneramos a la Pachamana o a Steve Jobs. Pero si estamos acá es porque algo somos "Cogito ergo sum".



Entonces, es difícil encontrar algo que mueva desde sus entrañas a la gente, que sea verdaderamente un agente movilizador, que nos haga sentir a todos como un solo ente.



Pero hay algo que desde hace un tiempo nos devolvió a los uruguayos el tener un objetivo común, algo que hacía ya unos cuantos años se creía perdido: la selección de fútbol.



Y no se trata aquí de discernir si la selección juega bien o mal, si el "Maestro" se guarda los cambios o si está bien la sanción a Suárez. Lo que el fútbol genera en nosotros trasciende más allá a lo meramente deportivo. El análisis de nuestra selección le cabría más a un sociólogo que a un periodista deportivo. Acá nadie se levanta un 25 de agosto y se va a cantar el himno a la plaza de la bandera y seguramente si estamos en la escuela con el nene, de nuestra boca casi no se distinga si cantamos el himno o estamos repitiendo de memoria la lista del súper, pero es seguro que si estamos en el estadio y pasan el himno, nos hinchamos el pecho cantándolo. Es como si solo fuéramos patriotas cuando juega la "celeste".



Y en el caso de esta selección, más allá de resultados deportivos, nos dio a los uruguayos un motivo de orgullo. Y esto si hay que agradecerle a Tabárez, él hizo que un equipo deportivo fuera ejemplo. Ejemplo de trabajo, de sacrificio, de saber que las cosas a veces no salen y que no importa el resultado mientras uno no se aparte del camino trazado, con la convicción no solo de tratar de hacer las cosas bien, sino además de hacerlo de forma ética. Atrás quedaron las épocas que ganábamos de vivos, que si perdíamos no agarrábamos a las piñas con el otro cuadro, con el juez, con los hinchas y con el vendedor de coca cola, quedo atrás eso de que cuando los jugadores venía a jugar a la selección se escapaban de noche y se iba a visitar a las "primas" para después caer borrachos y mal dormidos. Hoy la imagen es trabajo, compromiso, de tipos que a pesar que ganan millones se rompen el alma, de gente que cuando tienen un rato libre se los ve con la familia y no haciendo puerta en un boliche. Esos valores se ven y se transmiten, hoy los niños se ponen la camiseta y quieren ser como Forlán o Cavani, ya no miran a estrellas foráneas, las estrellas son nuestras y están ahí. Colgamos la bandera uruguaya de los balcones, de los autos, de las motos, de los carros tirados por caballos. Los niños de las escuelas de Melo juntaron "los trapos" he hicieron una bandera de cien metros. No hay evento que genere tanta efervescencia patriótica como un partido de la selección.


Ojalá que eso quede impregnado en la gente y siga como una avalancha, tapando de buenos ejemplos el sentirnos unidos por una causa. Ojalá que surjan nuevas demostraciones de sentir popular, porque eso significaría que encontramos un camino común a todos.

miércoles, 11 de junio de 2014

Gritos en la casa



























La puerta de pesada madera maciza, oscura, de herrajes oxidados y con signos de que hacia mucho no era abierta no fue impedimento para que entraran, a pesar que el largo y penoso repecho que habían caminado para llegar hasta ella los hubiera agotado. Bruno y Ana, agotados, decidieron quedarse afuera esperando. En tanto Diego y Andrea trataban de abrir la puerta, empujaron con fuerza varias veces hasta que cedió y pudieron entrar, antes de poder ver algo el olor a humedad los golpeó en el rostro. El salón estaba en penumbras, la luz que se colaba por la puerta que habían dejado abierta apenas dejaba ver las siluetas de los viejos muebles. Parados unos metros más adelante dejaron pasar unos segundos en completo silencio, se miraron directo a los ojos, él creyó ver dibujado en la celeste mirada de ella el temor que sentía en ese momento. Dieron unos pasos en puntas de pie como tratando de no despertar a nadie, pero el crujir de las derruidas tablas del piso ya delataban su presencia, paso a paso el murmullo de los tablones se iba apagando detrás de ellos.
De repente un grito sordo que parecía provenir de las habitaciones de arriba les helo el cuerpo, se tomaron de las manos decididos a seguir adelante. El ya ni miraba a los ojos de ella, a medida que avanzaban la penumbra les iba ganando. 
A tientas llegaron a la escalera, al tomarse del pasamanos notaron la fina capa de polvo que lo cubría todo. Encendieron la linterna, los tapices sucios, los cuadros torcidos, telas de araña por todos lados. A medida que subían el corazón les palpitaba más fuerte. El miedo que tenían no les permito notar que el sonido de su respiración se confundía con la de alguien más.

Súbitamente la pesada puerta del frente se cerró, desde afuera sus amigos que los esperaban solo escucharon sus gritos. Asustados salieron corriendo ya oscuras por el camino de piedras sueltas, nunca más supieron de ellos. 

lunes, 2 de junio de 2014

La penúltima




Cuando por fin Hugo murió nadie se extraño, es que desde hacía mucho que el viejo venía jugando los descuentos y ya nadie, ni siquiera el mismo, se acordaba los inviernos que traía encima.
Después de unos días que no se lo veía en el frente de su casa barriendo las hojas secas sus vecinos comenzaron a sospechar. Después de muchas dudas, nadie se atrevía a entrar a la casa, hasta que por fin dieron con un sobrino que vivía en el pueblo más cercano.
La alfombra de hojas amarillas y rojas teñía el patio, el sobrino no necesito forzar la puerta, esta estaba cerrada pero sin el cerrojo puesto, con él iban dos vecinos cercanos, los que se animaron a entrar. Todo parecía en orden, las cortinas entreabiertas dibujaban rayos que se colaban por las ventanas, en la estufa quedaban restos grises de brasas, el tic-tac del reloj era los único que se llegaba a escuchar.
Al llegar al dormitorio lo vieron, inerte y frío con la blanca melena apoyada en la almohada y los ojos azules mirando al techo, ya nada había por hacer, descansaba en la cama con la foto de esposa entre los dedos helados.
Para el mediodía la noticia ya se sabía en todo el pueblo. su hijo, con el que hacía años no se hablaba y sus nietos llegaron para la tarde.
El médico le cerró los ojos con la palma de su mano, mientras conversaba con sus nietos escribía algo en un papel y les explicaba los por menores burocráticos del caso. Antes que terminara de hablar todos se sorprendieron al ver que volvía a tener los ojos abiertos. El médico los tranquilizo diciéndoles que era un acto reflejo y se los volvió a cerrar.
Los de la funeraria le pusieron el único traje que tenía, se lo acomodaron lo mejor que pudieron, le hicieron el nudo de la corbata y lo maquillaron un poco. Como era costumbre lo velaron en su propia casa. Muchos pasaron a saludar a la escasa familia, otros solo lo hicieron para ver la desconocida casa por dentro.
A la media noche el tumulto de gente hacía que el calor de la sala fuera insufrible, a pesar del invierno reinante en el exterior tuvieron que abrir las ventanas. Unas vecinas atentas se acercaron al cuerpo y le emprolijaron  un poco la ropa, el viejo traje no lograba mantener la línea y las arrugas comenzaban a aparecer, el pañuelo del bolsillo estaba medio salido.
Para las tres de la mañana los pocos que quedaban no notaron la cara de cansado del finado y menos aún lo desalineado de la corbata. Sería tal vez que se paso toda la vida con cara de enojado que parecía como fastidiado, se sabe que los velorios no son algo divertido, pero que el aburrido sea el muerto no era algo común.
A la mañana, cuando llegaron nuevamente los de la funeraria para llevárselo encontraron el cajón vacío, la corbata tirada y una nota que decía “Perdonen, me aburrí de esperar, estaba incomodo, la corbata me apretaba y además todavía no ha llegado mi hora de partir”.  Nadie lograba entender lo que había ocurrido, pensaron algunos que sería la mala broma de alguien, la familia apenada busco el cuerpo por todos lados, el comisario en el único patrullero del pueblo escudriño por cada rincón del lugar sin llegar a encontrar nada.
A los días su familia volvió cada uno a su lugar, con el tiempo la gente se fue olvidando del tema y Hugo paso al olvido.
De vez en cuando alguno viene con la noticia que se encuentra con alguien muy parecido a Hugo, sin corbata, con el traje arrugado, acodado en algún boliche tomándose la penúltima.